Club de Lectura: Leímos teatro de Villoro con Álvaro Viguera, el director que lo puso en escena 🎭

Hay encuentros que parecen organizados por un dramaturgo invisible, de esos que saben que la mejor forma de hablar de teatro es convertir la vida misma en representación. Nuestro club de lectura de Pulso Escolar se desplegó esta vez en una estructura que habría fascinado al mismísimo Villoro: dos escenarios simultáneos, como esas obras experimentales donde la acción ocurre en espacios múltiples y el público debe decidir dónde poner la atención.
Aquí, en la oficina de Santiago, el elenco local bebía cerveza y debatía mientras una pantalla nos conectaba con México, donde Ignacio y Tomás —nuestros embajadores chilenos en territorio azteca— participaban desde la Banana House con esa naturalidad que solo da la tecnología cuando funciona bien. Esta geografía fragmentada no era casual: habíamos elegido leer teatro de Juan Villoro precisamente porque Pulso Escolar está en pleno proceso de expansión mexicana, y qué mejor manera de entender un país que a través de sus obsesiones dramáticas.
Las obras elegidas fueron "La desobediencia de Marte" y "Conferencia sobre la lluvia", dos piezas que funcionan como lentes para observar las tensiones que definen nuestro tiempo. La primera presenta una estructura dual que habría enorgullecido a Borges: la disputa entre los astrónomos Tycho Brahe y Johannes Kepler en 1600 se superpone con la vida íntima de dos actores contemporáneos que los interpretan. Como si Villoro hubiera decidido que la mejor forma de hablar del presente es ponerlo en diálogo con el pasado, mostrar que las mismas tensiones entre empirismo y teoría, entre experiencia y abstracción, entre pragmatismo y visión, se repiten en cada época con actores diferentes pero pasiones idénticas.
"Conferencia sobre la lluvia", por su parte, es un monólogo que captura esa pesadilla específicamente moderna: la improvisación forzada cuando fallan los sistemas de apoyo. Un bibliotecario debe hablar sobre la relación entre lluvia y poesía amorosa, pero pierde sus apuntes y debe improvisar completamente. Es, en el fondo, una metáfora perfecta de lo que significa ser emprendedor: ese momento en que se te cae la presentación de PowerPoint y descubres si realmente sabes de lo que estás hablando.
Pero lo extraordinario de esta sesión no fue solo leer las obras —eso lo puede hacer cualquier club de lectura— sino tener entre nosotros a Álvaro Viguera, director de teatro y profesor asociado de la Universidad Católica, quien había montado ambas obras en Santiago. Álvaro llegó como esos personajes secundarios de las novelas de Bolaño que aparecen por casualidad y terminan siendo los más memorables del libro. Resulta que es amigo de Tito, y cuando supo que íbamos a leer a Villoro, fue él quien nos recomendó específicamente estas dos obras. "Si van a leer teatro", nos dijo con la autoridad de quien ha sudado en ensayos, "que sea teatro que haya respirado en el escenario."
Álvaro nos contó sobre el proceso de montar "La desobediencia de Marte" con Francisco Reyes y Néstor Cantillana, y ahí se reveló uno de esos secretos del oficio que confirman que el teatro, más que arte, es artesanía. "El casting es fundamental", nos explicó mientras la segunda ronda de cervezas relajaba los protocolos corporativos. "Muchas veces me imagino actores específicos para ciertos roles e intento que participen. En otras ocasiones, con dolor, he tenido que hacer cambios. Pero en este caso, Francisco y Néstor fueron perfectos desde el primer momento." Era fascinante escuchar cómo un director piensa en términos de química humana, como si fuera un técnico de fútbol que sabe que el once titular no se forma solo con los mejores jugadores sino con los que mejor funcionan juntos.
Una de las revelaciones de la conversación fue cuando comentamos la dimensión metateatral de "La desobediencia de Marte". "En la obra", nos explicó Álvaro, "cuando los personajes revelan que son actores contemporáneos, el actor mayor del dúo tiene dificultades para memorizar sus líneas. Es metateatral extraordinario porque está mostrando algo que realmente pasa en el teatro: los actores con más edad a veces empiezan a tener problemas de memoria. El público ve esa fragilidad real del oficio que no se conoce."
Esto me recordó algo que siempre me ha fascinado del teatro: es el único arte donde el error puede convertirse en revelación, donde la imperfección humana no se esconde sino que se exhibe como parte de la experiencia estética. En el cine, un actor que olvida su línea simplemente repite la toma. En el teatro, ese olvido se convierte en parte de la obra, como si Villoro hubiera entendido que la vulnerabilidad es más interesante que la perfección.
El momento culminante —porque toda buena sesión de club de lectura necesita su coup de théâtre— llegó cuando Álvaro nos contó que había contactado a Juan Villoro para comentarle sobre nuestro encuentro. No solo le había parecido curiosa la idea de unos emprendedores chilenos leyendo su teatro, sino que nos había respondido con tres audios extraordinarios comentando nuestras preguntas. Además, nos reveló que acababa de terminar una nueva obra sobre fútbol. "Quién sabe", dijo Álvaro sonriendo con esa complicidad que surge cuando se está tramando algo, "tal vez..."
Era uno de esos momentos en que la realidad supera cualquier expectativa razonable: habíamos comenzado leyendo a Villoro y terminamos escuchando su voz comentando nuestras reflexiones. Como si el autor hubiera decidido salirse de los libros y participar directamente en nuestra conversación, confirmar que la literatura no es un objeto inerte sino un diálogo permanente entre quien escribe y quien lee.
Álvaro aprovechó para contarnos sobre las obras que no nos podíamos perder de la cartelera chilena, convirtiéndonos momentáneamente en parte de ese circuito cultural santiaguino que funciona más por recomendaciones personales que por críticas especializadas. Era como recibir un curso intensivo de teatro chileno contemporáneo, con la ventaja de que venía filtrado por alguien que realmente sabe distinguir entre lo que vale la pena y lo que es solo ruido cultural.
Cuando terminó la sesión y se fueron desconectando las pantallas —Ignacio y Tomás regresando a su México real, nosotros a nuestras tareas de startup— quedé pensando en cómo esta experiencia resumía perfectamente lo que estamos haciendo en Pulso Escolar. Como empresa líder en tecnología educativa que está expandiendo su impacto a México, sabemos que para ser líderes en gestión de cultura escolar en México necesitamos entender algo más profundo: cómo funciona la cultura mexicana y sus relaciones.
Leer teatro de Villoro con un director chileno que lo ha montado, mientras conversamos con colegas que están operando en México, es una metáfora perfecta de lo que significa liderar la transformación educativa a través de fronteras: el liderazgo tecnológico se potencia con comprensión cultural profunda. Como Kepler y Brahe en la obra de Villoro, combinamos datos empíricos con visión teórica. Integramos la precisión metodológica chilena con la riqueza cultural mexicana.
El club de lectura, como dirían en el fútbol mexicano, "se fue a otra galaxia". Ahora no sabemos cómo estar a la altura para la próxima jornada, pero supongo que esa incertidumbre es parte del encanto. Como el bibliotecario de "Conferencia sobre la lluvia", a veces los mejores momentos surgen cuando perdemos el libreto y tenemos que improvisar.
Al final, eso es lo que mejor define a Pulso Escolar: una empresa que lidera la gestión de cultura escolar porque comprende que para transformar efectivamente las instituciones educativas debemos ser, nosotros mismos, una demostración viviente de excelencia cultural. Como el bibliotecario de "Conferencia sobre la lluvia", hemos aprendido que a veces los mejores descubrimientos surgen cuando nos adaptamos creativamente a circunstancias imprevistas.
Escrito por Alberto Garrido y posteriormente envillorado por Claude